lunes, 28 de septiembre de 2009

América

Flan con un poco de crema, cantitos por las tardes, el pasto verde y las casas con masitas. El dialogo de los árboles complejiza las estructuras de un lugar.
Las bicicletas, estampitas discretas, pasan felices en profundidad, sigo, sigue ¿seguís?
Patos, piedras, agua, lagos, cordones desatados. Rumbeamos hacia la isla, el agua no se inquieta, vamos contagiados, el sol y Lucrecia, nuestra acompañante nos iluminan.
El color de la frente tibia. Por las noches el humo del fuego anuncia los manjares mas preciados. Volvemos a ser animales por un rato, disfrutando de saborear otro ser mientras ingerimos la sangre de frutos exóticos.
La hora de la música, entra en escena desparramando una energía explosiva que a nadie deja afuera, entra por la piel, rozando recuerdos, imágenes y olores; enciende en el interior un movimiento compartido que exteriorizamos en un baile entre complicado, gracioso y pura armonía.
Nos rodean sexos dispares con cada vez más y más ganas. Volvemos a ser animales y al despertar la arena escribe la silueta en su manto, marcando en ese instante la felicidad de uno o mil amores, translucidos en pequeños granos de café, mar, playa y animales.

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